viernes, 6 de marzo de 2009

Para una Fábula. Por Laurencio Sánchez Palomares

I

A la altura del alba el viento es más intenso.
Y hay una tristeza como de lámparas que mueren
en un lugar del mundo.

La lluvia ha golpeado con fuerza los muros más antiguos.
Yo he perdido la mansedumbre que traje de mi muerte.

Íbamos descalzos, persiguiendo la luna,
y levantábamos las garzas y encendíamos el bosque
secreto de las fábulas.

Íbamos hacia los cundiamores
que iluminaban serpientes al sur del océano.

Entonces, ella dormía sobre un césped de raíces jóvenes
en medio de la flora y de los pájaros
y su almohada estaba hecha de las nubes más blancas.

Yo era el desvelado que corría detrás de su risa
para rescatarla de la noche.

Entonces tenía la mansedumbre de las liebres más tristes.



II

Al sur de agosto
los puertos eran más azules.
Una ciudad había iluminada como el palacio de las vírgenes.

Al sur de agosto
ella amaba las mariposas,
extendía sus manos como lámparas después que caía la lluvia en los jardines,

y lanzaba piedras enormes para abrir inmensas
cataratas en el aire.

Al sur de agosto la tierra no osaba detenerse nunca.
Mi madre miraba los mendigos como viniendo de la tarde.

Entonces teníamos el corazón de las perdices
más alegres
vueltas hacia el crepúsculo.



III

Volvíamos al sur.
En la selva más virgen el viento movía los árboles.
Los frutos anunciaban la perfección de su crecimiento.
El mundo estaba iluminado y las rocas brillaban como el oro.
En el centro del bosque nos sorprendió la alegría de las lámparas.
Yo le di a comer el pan que traía en la cesta hecha
de pequeños tallos de bambú. Comimos.
En la tarde sus pies dejaron una huella perfecta,
más fina que el ala de los pájaros cuando rozan el alba.
Los arroyos del bosque se repartían en sonrisas
para que ella les diera toda la frescura de sus manos.
Descendimos hasta una piedra casi antigua. El olor
de los altos cerezos nos envolvía. Ella dulcemente
recostada a mi corazón como una margarita.
Yo sentí la gran admiración universal. El cielo alto
se asomaba por todas las estrellas.
Todas las bestias nos miraban con encantamiento
y se arrodillaban para adorar nuestra gran mansedumbre.
Mi lado izquierdo dijo: Somos la composición del universo.
Mi bella amada dijo: Nuestro amos será como el primer día
de la creación del mundo. Nuestro amor crecerá
como las lámparas para alumbrar la tierra del hombre.
Venid, aves enviadas a sepultar las tristezas
de los árboles del sur. Venid, fuentes,
a lavar las heridas de los ensangrentados.
Hoy quiero pan para todos los mendigos
y bellas cestas de flores para encantar los astros.



IV

Me detuve ante los adolescentes que lucían como lámparas.
Allí la tierra era feliz.
Las espigas eran sus vecinas más próximas.
La brisa de la tarde hacía sonreír las flores.
La primavera vestía los árboles y se encantaba
en el juego de los enamorados sobre el césped.
Después me arrodillé y besé la tierra por el encantamiento
que me daba la alegría de la luz en los rostros.
Los adolescentes ríen jubilosamente y huyen
hacia el campo tomados de las manos.
Los adolescentes aman la lluvia y los árboles
y todos los crepúsculos.
Los adolescentes beben agua en una bella jícara común.
¡Oh adolescentes!
Os he amado más que a las ciudades
que me esperan extendidas como bellas lagunas.
Os he amado más que a las estrellas livianas del sur.
Vuestra alegría ha rescatado mi alma de las bestias
y ha iniciado el viaje alrededor de todas las constelaciones.
Las aves os saludan
y os entregan la sombra de sus bellos plumajes.
El río que descansa encima de las piedras os invita a dormir
sobre sus aguas.
¡Oh adolescentes! Yo os imagino olvidados.



V

He vuelto al río,
hay allí una piedra enorme
donde se esconden los pájaros y el viento silba.
A los pasos azules
donde la infancia salta como las constelaciones.
Y la sonrisa busca las espigas del oro.
Al río del pez volador
a los nidos de los pájaros negros
a las jícaras de barro
a las madrugadas celestes
a los altos bambúes donde los venablos duermen
y los gallos enamoran gallinas salvajes.
He vuelto al sitio donde los hermanos Vargas
se reunían a la orden del más fuerte
y enarbolaban caucheras como estrellas de fuego.
A la casa de las piñas rojas
a la casa de campo donde hay animales mansos
encerrados entre alambres de púas.
A los hornos de cal
donde los leños son como crepúsculos
donde la tarde pierde su tristeza
y las mujeres cogen agua en tinajas oscuras.
He vuelto a andar entre hormigas doradas.
He vuelto a las montañas de peña azul
con un pañuelo rojo.
A los altos almendrones.
Almirante menea su cola y mira con sus ojos azules
mis sobrinas juegan en el patio con sus muñecas
rubias traídas de París.
Y Julio Helvecio me habla del abuelo
que se fue a las estrellas.



VI

Andabas entre animales tristes acompañada de la muerte.
Allí estaba la noche con sus árboles fríos,
la soledad de los caballos y el olor de la hierba.
El silencio era como una flor bermeja.
El día se retorcía entre los bejucos
y las maderas antiguas iniciaban sus historias.
Andabas junto a los amenazantes enigmas.
Junto a los perros caídos, junto a las hogueras,
junto a las vacas relucientes
con los cabellos vueltos hacia el sur
como formando una gruta encima de tus hombros.
Tú esperabas la lluvia
como los caballos,
como las noche.
Ibas y venías entre las curvas de los árboles
donde el viento aún estaba fresco por las alas
de los gallos.
Te veía regresar de los altos jardines del sol
después de buscarte en la tristeza del día.
En el patio rondaba la alegría de los pavos reales
y mi padre con un gato esperaba la noche.
Entonces yo iba por los altos corredores
en busca de una jícara y de aquella esterilla
que tenía un tigre y un león pintados,
y abría todas las puertas y oía el viento
en la alta noche de las hierbas bajando de los árboles.



VII

Hay un partido de ferrocarriles
bajo un cielo distinto.
Los andenes lucían lunas grises.
Yo también a esa hora partía hacia todos los relámpagos,
hacia el encuentro de mi padre muerto,
en una sandalia de cebra traída de África del Sur.
A esa hora partíamos y nos abandonábamos a la angustia
y mi sombra huía de la luz.
En el tiempo morían los caballos
y las frutas del alba caían con gallinas muertas.
La noche endurecía mis zapatos
en el sepulcro más negro de los barcos anclados.
Mis hermanos de leche también habían partido
derribando árboles de viento.
Hay una hora en que todas las aves llaman a la muerte
y los ríos se llenan de imágenes
y las bestias sienten un miedo terrible.
Hay una hora en que se apresuran
como convidados por una voz urgente.
Hay una hora que nos conmueve como a un seno violentado.
Hay una hora en que todos los relojes
parecen detenidos.
Hay una hora en que alumbran las mujeres
en todos los lugares del mundo
y hay blancos, y hay hombres negros
y hay hombres amarillos.

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