sábado, 21 de noviembre de 2009

José Antonio Ramos Sucre


LA NOCHE
Yo estaba perdido en un mundo inefable. Un bardo inglés me había referido las visiones y los sueños de Endimión, señalándome su desaparecimiento de entre los hombres y su partida a una lejanía feliz.
Yo no alcanzaba la suerte del pastor heleno. Recorría el camino esbozado en medio de una selva, hacia el conjunto de unas rocas horizontales, simulacro distante de una vivienda. Desde la espesura, amenazaban y rugían las alimañas usadas por los magos de otro tiempo en ministerios perniciosos.
Un escarabajo fosforescente se colgó de mis hombros. Yo había distinguido su imagen sobre la tapa de un féretro, en la primera sala de un panteón cegado.
La luna mostraba la faz compasiva y llorosa de Cordelia y yo gobernaba mis pasos conforme su viaje erróneo.
Salí a la costa de un mar intransitable y fui invitado y agasajado por una raza de pescadores meditabundos. Suspendían las redes sobre los matojos de un litoral austero y vivían al aire libre, embelesados por una luz cárdena difundida en la atmósfera. Hollaban un suelo de granito, el más viejo de la tierra.


A UN DESPOJO DEL VICIO
Pábulo hasta entonces de la brutalidad, ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazos amorosos tú, que habías caído y eras casta, reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada, de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historia de tu vida, toda dolor o afrenta. Expósita sacrificada de algún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotó más tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte sería pública, como tu aparición en el mundo; que algún día vendría ella a liberarte de tus enemigos, la miseria, el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos, registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o de heroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.
Agobiaba tu frente con estigma oprobioso la injusticia; doblegaba tus hombros el peso de una cruz. Cerca de mí, dolorosa y extenuada, hablabas con los ojos bajos que, muy rara vez levantados, dejaban descubrir, vergonzosos, ilusión de paraísos perdidos de amor.
Tanto como por esos pensamientos, se elevaba tu queja por la belleza marchita casi al comienzo de la juventud, por la mustia energía de los músculos en los brazos anémicos, por los hombros y espaldas descarnados, propicios a la tisis, por la fealdad que acompañaba tu flaqueza... Era la tuya una queja intensa, como si estuviera aumentada por la de antepasados virtuosos que lamentaran tu ignominia. Era la primera vez que no la sofocabas en silencio, como hasta entonces, a los cielos demasiado lejanos, a los hombres demasiado indiferentes. Y prometías recordar y bendecirme a mí, a aquel hombre, decías, el único que te había compadecido, sin cuya caridad te habrías encontrado más aislada, que tenía los brazos abiertos a todas las desventuras, pues fijo como a una cruz estaba por los dolores propios y ajenos. Por no afligirte más, te dejé ignorar que yo, soñador de una imposible justicia, iba también quejumbroso y aislado por la vida, y que, más infeliz que tú, sin aquel afecto que moriría pronto contigo, estaría solo.


VICTORIA
Su veste blanca y de galones de plata sugería la estola de los ángeles y las galas primitivas del lirio. Una corona simple, el ramo de un olivo milenario, ocultaba sus sienes. Los ojos diáfanos de esmeralda comunicaban el privilegio de la gracia.
Los rasgos sutiles del semblante convenían con los de una forma tácita, adivinada por mí mismo en el valle del asombro, a la luz de una luna pluvial. Uno y otro fantasma, el de la veste blanca y el de la voz tímida, se parecían en el abandono de la voluntad, en la calma devota.
Yo recataba mi niñez en un jardín soñoliento, violetas de la iglesia, jazmines de la Alhambra. Yo vivía rodeado de visiones y unas vírgenes serenas me restablecían del estupor de un mal infinito.
Mi fantasía volaba en una lontananza de la historia, arrestos del Cid y votos de San Bruno. Yo alcancé una vista épica, en un día supremo, al declinar mi frente sobre la tierra húmeda del rocío matinal, reguero de lágrimas del purgatorio. Yo vi el mismo fantasma, el de la voz tímida y el de la veste de azucena, armado de una cruz de cristal. Su nombre secreto era aclamado por los arcángeles infatigables, de atavío de púrpura.


SUEÑO
Mi vida había cesado en la morada sin luz, un retiro desierto, al cabo de los suburbios. El esplendor débil, polvoroso, de las estrellas, más subidas que antes, abocetaba apenas el contorno de la ciudad, sumida en una sombra de tinte horrendo. Yo había muerto al mediar la noche, en trance repentino, a la hora misma designada en el presagio. Viajaba después en dirección ineluctable, entre figuras tenues, abandonado a las ondulaciones de un aire gozoso, indiferente a los rumores lejanos de la tierra. Llegaba a una costa silenciosa, bruscamente, sin darme cuenta del tiempo veloz. Posaba en el suelo de arena blanca, marginado por montes empinados, de cimas perdidas en la altura infinita. Delante de mí callaba eternamente un mar inmóvil y cristalino. Una luz muerta, de aurora boreal, nacida debajo del horizonte, iluminaba con intensidad fija el cielo sereno y sin astros. Aquel paraje estaba fuera del universo y yo lo animaba con mi voz desesperada de confinado


PRELUDIO
Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.
Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.
El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.


LA VIDA DEL MALDITO
Yo adolezco de una generación ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.
No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término del mi juventud, retirándome a ésta, mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.
La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas, y casé improvisadamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original. La trataba con un desdén superior, dedicándole el mismo aprecio que a una muñeca desmontable por piezas. Pronto me aburrí de aquel ser infantil, ocasionalmente molesto, y decidí suprimirlo para enriquecimiento de mi experiencia.
La conduje con cierto pretexto delante de una excavación abierta adrede en el patio de esta misma casa. Yo portaba una pieza de hierro y con ella le coloqué encima de la oreja un firme porrazo. La infeliz cayó de rodillas dentro de la fosa, emitiendo débiles alaridos como de boba. La cubrí de tierra, y esa tarde me senté solo a la mesa, celebrando su ausencia.
La misma noche y otras siguientes, a hora avanzada, un brusco resplandor iluminaba mi dormitorio y me ahuyentaba el sueño sin remedio. Enmagrecí y me torné pálido, perdiendo sensiblemente las fuerzas. Para distraerme, contraje la costumbre de cabalgar desde mi vivienda hasta fuera de la ciudad, por las campiñas libres y llanas, y paraba el trote de la cabalgadura debajo de un mismo árbol envejecido, adecuado para una cita diabólica. Escuchaba en tal paraje murmullos dispersos y difusos, que no llegaban a voces. Viví así innumerables días hasta que, después de una crisis nerviosa que me ofuscó la razón, desperté clavado por la parálisis en esta silla rodante, bajo el cuidado de un fiel servidor que defendió los días de mi infancia.
Paso el tiempo en una meditación inquieta, cubierto, la mitad del cuerpo hasta los pies, por una felpa anchurosa. Quiero morir y busco las sugestiones lúgubres, y a mi lado arde constantemente este tenebrario, antes escondido en un desván de la casa.
En esta situación me visita, increpándome ferozmente, el espectro de mi víctima. Avanza hasta mí con las manos vengadoras en alto, mientras mi continuo servidor se arrincona de miedo; pero no dejaré esta mansión sino cuando sucumba por el encono del fantasma inclemente. Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto, y tengo ordenado que este edificio desaparezca, al día siguiente de finar mi vida y junto con mi cadáver, en medio de un torbellino de llamas.


LA VENGANZA DEL DIOS
El desafuero de los habitantes afeaba la fama de aquella tierra amena, vestida de flores, rota por manantiales ariscos, amada por la nube de gasa y el sol paternal. Tenía el nombre de una piedra rara y al mar de tributario en perlas.
El Dios velaba el crimen de los hombres en el inmerecido país, y quiso el nacimiento de un mensajero de salud y concordia, lejos de ellos, en la más umbría selva. Nace una noche del seno de una flor, a la luz de un relámpago que pinta en su frente luminoso estigma. Crece al cuidado de las aves y de los árboles y al apego de las fieras.
Aquellos hombres reciben la misión de virtud con atrevimientos y excesos y pagan al enviado con trance de muerte ignominiosa. El Dios los castiga engrandeciendo la riqueza de la tierra que mancillan. La nutre de tesoros fatales que son desvelo de la codicia, que dividen al pueblo en airados bandos de ricos y de pobres. Los nuevos dones infestan de odios vengativos y pueblan con huesos expiatorios.


LA TRIBULACIÓN DEL NOVICIO
Bebedizos malignos, filtros mágicos, ardientes misturas de cantárida no hubieran enardecido mi sangre ni espoleado mi natural lujuria de igual modo que ésta mi castidad incompatible con mi juventud. Vivo sintiendo el contactos de carnes redondas y desnudas; manos ligeras y sedosas se posan sobre mis cabellos, y brazos lánguidos y voluptuosos descansan sobre mis hombros. A cada paso siento sobre mi frente los pequeños estallidos de los besos. Una mujer con palabras acariciantes se inclina hasta tocar con la suya mi mejilla. Su voz insinúa dentro de mí el deseo como una sierpe de fuego. Todo mi ser está embargado de fiebre y lo inquieta un loco deseo de transmitirse encendiendo nuevas vidas. Barbas selváticas, cuernos torcidos, cascos, todos los arreos del sátiro podrían ser míos. Demasiado tarde he venido al mundo; mi puesto se halla en el escondrijo sombrío de un bosque, desde el cual satisficiera mi arrebato espiando la belleza femenina, antes de hacerla gemir de dolor y de gozo.
Por desgracia otra es mi situación y muy duro mi destino; me viste un grueso sayal más triste que un sudario; vivo en una celda y no en medio de árboles frondosos en un campo libre. Suspiro por un raudal modesto bajo la sombra de ramajes enlazados y cuya superficie temblorosa señalara el vuelo de las auras. Diera la vida por ver en la atmósfera matinal y serena un instantáneo vuelo de palomas, como una guirnalda deshecha. Y en una diáfana mañana, cuando recobran juventud hasta las ruinas, desechar la última sombra del sueño, turbando con mi cuerpo el éxtasis del agua, enamorada de los cielos. Huida la noche, volviera yo a la vida, cuando el concierto de los pájaros comienza a llenar el vasto silencio, despertara con más lujo que un déspota oriental, segador de hombres. Bajo la luz paternal del sol sintiera el júbilo de la tierra y contemplara el mar, después de haber jadeado escalando un monte. Sufro por mi estado religioso mayor esclavitud que un presidiario; con mortificaciones y encierros pago un delito de esta rebosante juventud; aislado, herido por desolación profunda, resguardo mis sentidos, y niego satisfacción a mis deseos y hospitalidad a la alegría. El mar palpitante, el viento incansable, el pensamiento volador exasperan el enojo de mi cautiverio, recrudecen la tiranía de mi condición, agravan los grillos que me aherrojan. Debo recatarme de participar en la alegría de la tierra amorosa y robusta; vestir perpetuo traje de oscuridad, cuando a todas partes la luz, rauda viajera, lleva su aleluya; reemplazar con rigurosa seriedad la grave sonrisa que conviene al espectador de la tragicomedia del mundo. Sabiendo que el organismo cede con la satisfacción, he de resistirle aunque reproduzca sus deseos con más furia que la hidra sus cabezas, y merezca por insistente y por traidor su personificación en Satán torvo y enrojecido.
No se calma este ardor con claustro inaccesible ni con desierto desolado. Con esa abstinencia, la locura me haría compañero de santos desequilibrados y extáticos. Ni la penumbra de los templos abrigados me auxilia, porque es tibia como un regazo y favorable al amor como un escondite. La oración tampoco es defensa porque su lenguaje es el mismo que para cautivarse emplean los hijos y las hijas de los hombres. Ni es para alejar del siglo la belleza que resplandece en las efigies: algunas me recuerdan las mujeres que hubiera podido amar, tienen los mismos ojos hermosos y tranquilos, la misma cabellera destrenzada sobre las espaldas y los hombros, y sobre los pies menudos y curiosos debajo del vestido descansa la estatua soberbia del cuerpo. No es bastante el único refugio que alcanzo a los pies del hijo de Dios extenuado y sangriento. Más me apacigua comunicándome su dolor la madre Virgen a los pies del grueso madero. Llora, mientras vencida bajo su calcañar, según la lección bíblica, se tuerce la serpiente perezosa y elástica. Pierden su brutalidad los groseros anhelos, si atiendo a esos ojos lacrimantes, azules de un azul doliente, como el cielo de un país de exilio... Sería distinto, si fueran sus ojos negros, como aquellos otros de brasa infernal, que me han envenenado con su lumbre.

domingo, 30 de agosto de 2009

Poemas de Fernando Paz Castillo

Poeta, crítico literario y diplomático venezolano nacido en Caracas en 1893.
Cursó estudios de educación media en un colegio de religiosos franceses donde trabó amistad con varios poetas importantes de la época. Por razones ajenas a su voluntad, interrumpió los estudios de Derecho dedicándose desde entonces a la actividad docente y literaria.A partir de 1936 inició una larga carrera diplomática que se extendió hasta 1959 en numerosos países de Europa y América.En 1965 ingresó como Miembro de Número en la Academia Venezolana de la Lengua, y en 1967, ganó el Premio Nacional de Literatura.Algunas de sus obras más conocidas son: «La voz de los cuatros vientos», «Reflexiones de atardecer», «Signo» y «Entre pintores y escritores».




Es bello el cuerpo...

Es bello
el cuerpo
y su misterio;
íntegramente bello
como el sol entre los astros...

Tierra enaltecida
por el sagrado soplo silencioso;
profundo consuelo del espíritu,
como lo dijo el santo,
ascético y tremendo,
naturaleza triste
anegada en Dios
y en el abismo de su propio arcano.


La mujer que no vimos


Se alejó lentamente
por entre los taciturnos pinos,
de frente hacia el ocaso, como las hojas y como la brisa,
la mujer que no vimos.
Bajo una luz de naranja y de ceniza
era, como la hora, soledad y caminos;
armonía y abstracción como las siluetas;
esplendor de atardecer como los maduros racimos.
De lejos nos volvía en detalles
la belleza ignorada de la mujer que no vimos.
La tarde fue cayendo silenciosa
sobre el paisaje ausente de sí mismo
y floreció en un oro apagado y nuevo
entre el follaje marchito.
Hacia un cielo de plata
pálido y frío;
hacia el camino de los vuelos que huyen,
de las hojas muertas y del sol amarillo,
se alejó lentamente
la mujer que no vimos.
Sus huellas imprecisas las seguía el silencio,
un silencio ya nocturno, suspendido
sobre el recogimiento de la tarde,
huérfana de la prolongación de sus caminos...
Pero su voz, entre la sombra,
hizo vibrar la sombra, y era su voz un trino:
fúlgida voz que hacía pensar
en unos cabellos del color del trigo.
Recuerdos de las formas evocan las siluetas
de los apagados árboles sensitivos;
pero la voz que se aleja entre masas borrosas,
denuncia unos ojos claros como zafiros,
y unas manos que, trémulas, apartan los ramajes
como dos impacientes corderitos mellizos.
Ni pasos furtivos, ni voces familiares:
oquedad y silencio entre los altos pinos,
y en las almas confusas un ansia de belleza.
¿Pasó junto a nosotros la mujer que no vimos?


Poesía


La calma,
lejana, íntima
que tiene el ímpetu audaz
del monte altivo.
El resplandor dormido,
más rojo que el rojo
y menos rojo
que el rojo,
sobre la inquieta llama
o en la llama agonizante.
El punto
indefinido
de donde regresa la mirada
insegura,
de conquistar la nada
de su origen.
La palabra buena,
la palabra mansa
que al fin de muchas luchas,
y triunfos y derrotas,
encuentra,
que sólo sabe comprender,
callada.


Un pensamiento


Un pensamiento fijo
tu rostro modela
y tu vida concentra en torno a él
como la piedra
el agua, toda intacta, de la fuente.
Tu vida no es más que pensamiento
que lentamente se va haciendo fuerte
Tus ojos, deslumbrados ante la belleza,
presienten una forma no encontrada,
y tus manos revelan
algo del pensamiento.
Toda tú te vas haciendo de ti misma,
como la lluvia hace sobre el naranjo con el sol una tela
y como la noche con la sombra
una rosa en torno de la estrella.
Te adelgazas junto a tu pensamiento,
como en la fría plata del candelabro la llama inquieta,
con un afán perpetuo de esconderte a ti misma...
Pero en todo te revelas.

El cuerpo, criatura delicada...


El cuerpo, criatura delicada,
tierno como las rosas en el alba,
conserva su frescura primera junto al miedo
que vive de él, y en soledad profunda
lo devora con un afán intenso
de perfección.
El cuerpo es morada pasajera
del espíritu nómada,
su consuelo,
su fiel compañía generosa,
su sombra en la llanura
sin rumores,
su imagen sorprendida,
su grito sin color
y su esperanza.

viernes, 7 de agosto de 2009

Poemas de Sylvia Plath


Poeta y ensayista norteamericana nacida en Jamaica Plain, suburbio de Boston, Massachusetts, en 1932.Procedente de una familia de ascendencia alemana, mostró desde pequeña un gran talento para la poesía escribiendo sus primeros poemas a la edad de ocho años. Sin embargo muy pronto presentó un severo trastorno bipolar que la condujo al primer intento de suicidio antes de los diecisiete años. Sometida a un intenso tratamiento psiquiátrico, pudo graduarse con honores en 1955 en el prestigioso Smith College. Obtuvo una beca Fulbright para la Universidad de Cambridge, donde continuó escribiendo poesía y conoció al poeta Ted Hughes, con quien se casó en 1956. Su menguada salud, sumada al divorcio en 1962, la llevaron a quitarse la vida un año después.Su obra fue reconocida posteriormente, gracias al impulso recibido por parte de Hughes, quien se encargó de promoverla. Fue la primera poeta en recibir post-mortem el Premio Pulitzer por el conjunto de su obra.


Poemas


Canción putesca
La blanca helada se acabó,

los sueños verdes nada valen,

tras un mal día de trabajo

llega el momento de la sucia puta:

su simple fama llena nuestra calle.

Todos los hombres:

blancos, rubicundos, negros

derivan hacia su forma desmañanada.

Fijaos, os pido, en esa boca

hecha para bofetadas

en ese rostro costuroso

sesgado a fuerza de pintarrajos, hondones, marcas,

violado por cada hosco año.

Ningún hombre se le acerca

que sea capaz de concentrar aliento

con que corcusir fuego de amor en tan fétida mueca

como apuntan

mis castísimos ojos

saliendo de charco, zanja, trago.



Lorelei

No es noche ésta de ahogarse:

luna llena, reacio

río bajo luz suave,

acuosas nieblas bajan

tupidas como redes

cuyos dueños reposan,

traduciéndose en vidrio

lúcido mientras flotan

las torres del castillo

hacia mí hiriendo el rostro

del silencio. Ascienden

sus miembros poderosos

y álgidos, pelo grave

más que mármol, y cantan

de un mundo más amable

que ninguno. Estos cantos,

hermanas, sobrepasan

al oído gastado

que aquí, en el campo, escucha

bajo el orden impuesto.

La armonía caduca
el orden que vosotras

sitiáis con vuestras voces.

Vivís entre las rocas

de oníricas promesas

de refugio. De día

bajáis de la pereza,

de altas ventanas. Peor

que vuestro enloquecido

canto o mudez. La voz

de vuestro fondo llama:

embriaguez del abismo.

Oh río, veo tu larga
y honda línea argentina,

esas diosas de paz.

Piedra, piedra, me abismas.


Metáforas

Adivíname: nueve sílabas

tengo, elefante, casa grande,

melón con sólo dos tentáculos.

¡Oh fruta, marfil, leño fino!

Dinero nuevo en este bolso.

Soy medio, escena, vaca grávida.

Comí muchas manzanas verdes.

Del tren en que voy nadie baja.


Carta de amor
No es fácil expresar lo que has cambiado.

Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,

aunque, como una piedra, sin saberlo,

quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.

No me moviste un ápice, tampoco

me dejaste hacia el cielo alzar los ojos

en paz, sin esperanza, por supuesto,

de asir los astros o el azul con ellos.

No fue eso. Dormí: una serpiente

como una roca entre las rocas hiende

el intervalo del invierno blanco,

cual mis vecinos, nunca disfrutando

del millón de mejillas cinceladas

que a cada instante para fundir se alzan

las mías de basalto. Como ángeles

que lloran por la gente tonta hacen

lágrimas que se congelan. Los muertos

tenían yelmos helados. No les creo.

Me dormí como un dedo curvo yace.

Lo primero que vi fue puro aire

y gotas que se alzaban de un rocío

límpidas como espíritus. y miro

densas y mudas piedras en tomo a mí,

sin comprender. Reluzco y me deshojo

como mica que a sí misma se escancie,

igual que un líquido entre patas de ave,

entre tallos de planta. Mas no pienses

que me engañaste, eras transparente.

Árbol y piedra nítidos, sin sombras.

Mi dedo, cual cristal de luz sonora.

Yo florecía como rama en marzo:

una pierna y un brazo y otro brazo.

De piedra a nube iba yo ascendiendo.

A una especie de dios ya me asemejo,

hiende el aire la veste de mi alma

cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

sábado, 1 de agosto de 2009

Rafael Cadenas


Poemas de Rafael Cadenas

Poeta, ensayista literario y traductor venezolano, nacido en Barquisimeto. Cadenas es conocido como miembro de la generación de la década de 1960 dentro de la literatura venezolana. A los diez años imprimió sus Cantos iniciales (1946), y aquellos diez poemas le dieron un cierto renombre. Estos Cantos iniciales son hoy de muy difícil hallazgo. El poeta se ha negado a reeditarlos, pese a que ya están allí las semillas de lo mejor de su poesía el hombre desterrado; pero es aquél, también, como en sus libros más recientes, un poeta lleno de ternura, como en ciertas páginas de Memorial o de Amante; un ser que busca, desde sus Cantos iniciales, la fraternidad humana. También en otro libro, Una isla (1958), encontramos a un Cadenas ya agónico. Después vinieron sus deslumbrantes Cuadernos del destierro, su vasto poema en prosa, búsqueda incesante de sí mismo. Toda esta aventura se reitera en Gestiones y lo hace a veces recordando, como en Puerto, o en otras buscando todo lo indagado a través de la palabra, ya que lo que habita su decir poético no es otra cosa que el hombre expulsado, en medio de la incertidumbre.
1. Yo visité la tierra de luz blanda.Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi viejos catafalcos de gobernadores guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed. Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados.Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes. En las calles vistosas doncellas oscuras danzaban. Entonces los capitanes bajaban de los ojos para explorar la ciudad. De este viaje más allá de los presuntos límites sólo conservo alguna que otra estrella de mar, varios retratos -ella y yo- y un peregrino cofre que encontré en el barco durante la travesía. De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen que esté hoy extinguida. Los veleros tocan a las puertas del aire donde persisto. La luz me trae delfines muertos. Tu olor reconquista el estremecimiento.
2. He entrado a región delgada. Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina. Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales. Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos, los mendrugos cargados de relámpagos. Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige. Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre. Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu oscura embalsama un clavel. Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.
4. Sól0 tú misma en el acto. Extendida, carnosa, húmeda. Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino en torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima de tus piernas como un grito nocturno. Flor que se liba. Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las corrientes lozana forma de mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los rendimientos. Llego navegando ondulaciones desesperadas. Soy dichoso. ¿Cuál es el color de esta fruición desencadenada, cómo llamarla, qué dios nos ha entregado esta conjunción? Me iré, Venus, me iré, pero antes quiero apurar la copa. Ahogar los límites mollares, sofocar los cerrojos albeantes, vencer la sombra leda de la desnudez, sacrificar el sonrojo numerado. No me marcharé hasta que esta vegetal confusión de ondas no se haya cumplido. En tanto mi animal lamedor no esté sosegado. Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo como mil vocecillas frutales, el letífico aroma, el muellecalor, el ansioso tremar. Toda tú adunada por mareas geométricas a mi piel. Toda presión, jadeo, huida, retorno, blancor, demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra del láudano bajo mi pesado tiempo. No partiré sin llevar una hora feliz en la corola, giradora, vencida y celante de los ojos que como al sol te reciben.
Desolado
De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?
Respiro tu llegada; ya sin creer.
No me pidas explicaciones.
No me quites la idea que tengo, tan vaga.
No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).
Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.
Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.
Tendrás magnitud y calor.
Eres el otro lado del botín.
¿Comprendes?
Deseo
Asciende por mi cuerpo como otra sangre
más cálida
que en mi boca se muda,
se vuelve la que no es y se extingue
como un rumor más de la noche.
Río
que repite nombres.
2. Cómo pudiste vivir
de la idea
que la ocultaba,
con un sabor
que no era el de ella,
huyendo
de su aparecer
que era también el tuyo?
DERROTA
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme
es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces
más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
("Ud. es muy quedado, avíspese despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras
cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,
mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente
me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
y de mí hasta el día del juicio final.

viernes, 24 de julio de 2009

Juan Sánchez Peláez 1922-2003


Poemas de Juan Sánchez Peláez

Poeta, traductor y profesor venezolano nacido en Altagracia de Orituco, en 1922. Gracias a la pureza y brillantez del lenguaje, está considerado como el iniciador de la poesía contemporánea venezolana. Su primer libro, «Elena y los elementos» en 1951, lo hizo merecedor al título de Doctor Honoris Causa Universidad de los Andes, convirtiéndolo en una importante referencia dentro del panorama de la lírica hispanoamericana.Se desempeñó como agregado cultural de Venezuela en Colombia, Chile y Francia, estadías que le permitieron madurar su formación literaria. Siempre próximo al surrealismo, supo asimilar el legado formal del célebre movimiento liderado por André Breton, para construir una poesía personalísima y característica. Por la obra «Rasgos Comunes» se le otorgó el Premio Nacional de Literatura 1976. Publicó además las siguientes obras: «Animal de Costumbre» en 1959, «Filiación Oscura» en 1966, «Un día sea» en 1969, «Por cuál causa o nostalgia» en 1981 y «Aire sobre el aire en 1989.Falleció en el año 2003.
AL ARRANCARME DE RAÍZ A LA NADA...
Al arrancarme de raíz a la nada
Mi madre vio, ¿qué?, no me acuerdo.
Yo salía del frío, de lo incomunicable.
Una mañana descubrí mi sexo,
mis costados quemantes,
mis ráfagas de imposible primavera.
A la sombra del árbol
de mi gran nostalgia ya comenzarían a devorarme,
ya comenzarían.
Sabedlo tú, Ondina ondulante del mar y alga efímera
de la tierra.
Un hombre alto fue al cementerio
Espantó a un perro que ladraba
Su camisa de fuerza lo estrangulaba
Cayó estrangulado.
Y yo he revelado su destino a todos mis amigos
A los que conozco sin saludar, a los que saludo
sin conocer.
Yo di muerte al estrangulado
A pesar de sus signos de indeleble fatiga.
Yo frisaba cinco años de vida
¿Me engendró una cigarra en el verano?
Era un día maldito.
Mi madre no logró reconocerme.
APARICIÓN
Aclimata el carruaje dichoso de tus senos,
la tierra de mis primeras voces,
sus heridas abiertas,
sus flagelados gavilanes en la
intemperie
nevada.
Una mujer llamada Blanca manipula la jaula escarlata del
misterio
Sobrepasa el límite, una oscura potencia.
¿Grita, imagina, siente?
Teje una cáscara densa de brisa matinal, alivia piedras
decrépitas.
La joven pálida me conduce a un jardín en ruinas.
La veo desnuda, bajo un gran suburbio de palmeras,
exportando el oro del crepúsculo hacia un milagroso país.
Ha regresado la hora silenciosa.
Me circundan las pesadas bahías de tus ojos.
Tú tienes que diseminarte, cuerpo y alma,
en la heredad meliflua de las rosas.
A mi lado pasan lavanderas con sus blancas túnicas,
con sus
cofias de inocencia
y las manos entregadas a un rito.
CUANDO SUBES A LAS ALTURAS...
Cuando subes a las alturas,
Te grito al oído:
Estamos mezclados al gran mal de la tierra.
Siempre me siento extraño.
Apenas
Sobrevivo
Al pánico de las noches.
Loba dentro de mí, desconocida,
Somos huéspedes en la colina del ensueño,
El sitio amado por los pobres;
Ellos
Han descendido con la aparición
Del sol,
Hasta humedecerme con muchas rosas,
Y yo he conquistado el ridículo
Con mi ternura,
Escuchando al corazón.
ELENA ES ALGA DE LA TIERRA...
Elena es alga de la tierra
Ola del mar.
Existe porque posee la nostalgia
De estos elementos,
Pero Ella lo sabe,
Sueña,
Y confía,
De pie sobre la roca y el coral de los abismos.
En realidad, Elena
Conoce las cosas simples,
Porque antes de ser doncella
Fue Sirena y Ondina,
Y antes de ser
Sirena y Ondina,
Nadó en el torbellino, en el número, en el fuego.
Yo debí caer en la calzada, y rememorar,
Oh huésped delirante;
Allí donde apacigua la tarde y el crepúsculo,
A mí me separaron.
Tuve otro amor,
Puro como el éxtasis,
Frágil como la fantasía,
Absoluto como mi otro amor.
Oí una trompeta de bruma en el desierto
Mis halcones salieron del follaje.
En todas las estaciones
En el otoño o en la primavera
Elena es alga de la tierra
Ola del mar.
NO ESTÁS CONMIGO...
No estás conmigo.
Ignoro tu imagen.
No pueblo tu gran olvido.
Pasarán los años.
Un rapto sin control como la dicha
habrá en el sur.
Con la riqueza mágica del encuentro, vuelve hasta mí,
sube tu silencioso fervor,
tu súplica por los viajes,
tu noche y tu mediodía.
Apareces.
Tu órbita desafía toda distancia.
Entonces, para iluminar el presente, tú y yo acariciamos
la llaga de nuestro antiguo amor.
PROFUNDIDAD DEL AMOR
Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias
de un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi
esperanza estaba signado en las colinas musicales de mi
país natal. Lo que yo perseguía era la Corza frágil, el lebrel
efímero, la belleza de la piedra que se convierte en ángel.
Ya no desfallezco ante el mar ahogado de los besos.
Al encuentro de las ciudades:
Por guía los tobillos de una imaginada arquitectura
Por alimento la furia del hijo pródigo
Por antepasados, los parques que sueñan en la nieve, los
árboles que incitan a la más grande melancolía, las puertas
de oxígeno que estremece la bruma cálida del sur, la mujer
fatal cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas
sombrías.Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los
silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.
Mi corazón se hizo barca de la noche y custodia de los
oprimidos.
Mi frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,
la campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia
el puerto menos venturosoo al más desposeído por las ráfagas de la tormenta.
Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz
que fluye de un césped de pájaros.
Mis cartas de amor fueron secuestradas por los halcones
ultramarinos que atraviesan los espejos de la infancia.
Mis cartas de amor son ofrendas de un paraísode cortesanas.
¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana? murmura el
viejo decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos
encantados, la más bella balada de amor.
RETRATO DE LA BELLA DESCONOCIDA
En todos los sitios, en todas las playas, estaré esperándote.
Vendrás eternamente altiva
Vendrás, lo sé, sin nostalgia, sin el feroz desencanto de los años
Vendrá el eclipse, la noche polar
Vendrás, te inclinas sobre mis cenizas, sobre las cenizas del
tiempo perdido.
En todos los sitios, en todas las playas, eres la reina del universo.
¿Qué seré en el porvenir? Serás rico dice la noche irreal.
Bajo esa órbita de fuego caen las rosas manchadas del placer.
Sé que vendrás aunque no existas.
El porvenir: LOBO HELADO CON SU CORPIÑO DE DONCELLA
MARÍTIMA.
Me empeño en descifrar este enigma de la infancia.
Mis amigos salen del oscuro firmamento
Mis amigos recluidos en una antigua prisión me hablan
Quiero en vano el corcel del mar, el girasol de tu risa
El demonio me visita en esta madriguera, mis amigos son
puros e inermes.
Puedo detenerme como un fantasma, solicitar de mis
antepasados que vengan en mi ayuda.
Pregunto: ¿Qué será de ti?
Trabajaré bajo el látigo del oro.
Ocultaré la imagen de la noche polar.
¿Por qué no llegas, fábula insomne?
SI VUELVO A LA MUJER...
Si vuelvo a la mujer, y comienzo por el pezón que me trae
desde su valle profundo, y recupero así mi hogar en el
blanco desierto y en la fuente mágica.
Si alzando los brazos, corto la luna.
Si pregunto: ¿y nuestro amor?
Si ella y yo nos encontramos muy ufanos.
Si la mujer sensible se inclina de nuevo a la tierra,
Estrella
cálida, azul y azur.
Si se detiene bajo la lluvia, inmóvil, más inmóvil que todos
los siglos reunidos en una cáscara vacía.
Si en la grey estamos de paso y vamos aprisa. si la
vida teje la trama ilusoria. si es difícil en las
condiciones en que trabajo, ser la compasión de nadie.
Sin fingir y sin apoyo en las varillas mágicas de la loba,
no olvidas comenzar por el pezón.
Si con el mismo ojo del precioso líquido que es la tarea
de las nubes.
Si son desenvueltas mis maneras me pesa el habla.
Si no nos pillan.
Si salgo en lugar de los pensamientos.
Si borro el brote difuso en mi desvelo.
Si hace frío, si la mañana es clara.
Si vuelvo a ti, si muero, si renazco en ti.
Sí, en el interior; es mi promesa. Si esta irisada raya,
relámpago súbito, oh Solo de sed.