domingo, 30 de agosto de 2009

Poemas de Fernando Paz Castillo

Poeta, crítico literario y diplomático venezolano nacido en Caracas en 1893.
Cursó estudios de educación media en un colegio de religiosos franceses donde trabó amistad con varios poetas importantes de la época. Por razones ajenas a su voluntad, interrumpió los estudios de Derecho dedicándose desde entonces a la actividad docente y literaria.A partir de 1936 inició una larga carrera diplomática que se extendió hasta 1959 en numerosos países de Europa y América.En 1965 ingresó como Miembro de Número en la Academia Venezolana de la Lengua, y en 1967, ganó el Premio Nacional de Literatura.Algunas de sus obras más conocidas son: «La voz de los cuatros vientos», «Reflexiones de atardecer», «Signo» y «Entre pintores y escritores».




Es bello el cuerpo...

Es bello
el cuerpo
y su misterio;
íntegramente bello
como el sol entre los astros...

Tierra enaltecida
por el sagrado soplo silencioso;
profundo consuelo del espíritu,
como lo dijo el santo,
ascético y tremendo,
naturaleza triste
anegada en Dios
y en el abismo de su propio arcano.


La mujer que no vimos


Se alejó lentamente
por entre los taciturnos pinos,
de frente hacia el ocaso, como las hojas y como la brisa,
la mujer que no vimos.
Bajo una luz de naranja y de ceniza
era, como la hora, soledad y caminos;
armonía y abstracción como las siluetas;
esplendor de atardecer como los maduros racimos.
De lejos nos volvía en detalles
la belleza ignorada de la mujer que no vimos.
La tarde fue cayendo silenciosa
sobre el paisaje ausente de sí mismo
y floreció en un oro apagado y nuevo
entre el follaje marchito.
Hacia un cielo de plata
pálido y frío;
hacia el camino de los vuelos que huyen,
de las hojas muertas y del sol amarillo,
se alejó lentamente
la mujer que no vimos.
Sus huellas imprecisas las seguía el silencio,
un silencio ya nocturno, suspendido
sobre el recogimiento de la tarde,
huérfana de la prolongación de sus caminos...
Pero su voz, entre la sombra,
hizo vibrar la sombra, y era su voz un trino:
fúlgida voz que hacía pensar
en unos cabellos del color del trigo.
Recuerdos de las formas evocan las siluetas
de los apagados árboles sensitivos;
pero la voz que se aleja entre masas borrosas,
denuncia unos ojos claros como zafiros,
y unas manos que, trémulas, apartan los ramajes
como dos impacientes corderitos mellizos.
Ni pasos furtivos, ni voces familiares:
oquedad y silencio entre los altos pinos,
y en las almas confusas un ansia de belleza.
¿Pasó junto a nosotros la mujer que no vimos?


Poesía


La calma,
lejana, íntima
que tiene el ímpetu audaz
del monte altivo.
El resplandor dormido,
más rojo que el rojo
y menos rojo
que el rojo,
sobre la inquieta llama
o en la llama agonizante.
El punto
indefinido
de donde regresa la mirada
insegura,
de conquistar la nada
de su origen.
La palabra buena,
la palabra mansa
que al fin de muchas luchas,
y triunfos y derrotas,
encuentra,
que sólo sabe comprender,
callada.


Un pensamiento


Un pensamiento fijo
tu rostro modela
y tu vida concentra en torno a él
como la piedra
el agua, toda intacta, de la fuente.
Tu vida no es más que pensamiento
que lentamente se va haciendo fuerte
Tus ojos, deslumbrados ante la belleza,
presienten una forma no encontrada,
y tus manos revelan
algo del pensamiento.
Toda tú te vas haciendo de ti misma,
como la lluvia hace sobre el naranjo con el sol una tela
y como la noche con la sombra
una rosa en torno de la estrella.
Te adelgazas junto a tu pensamiento,
como en la fría plata del candelabro la llama inquieta,
con un afán perpetuo de esconderte a ti misma...
Pero en todo te revelas.

El cuerpo, criatura delicada...


El cuerpo, criatura delicada,
tierno como las rosas en el alba,
conserva su frescura primera junto al miedo
que vive de él, y en soledad profunda
lo devora con un afán intenso
de perfección.
El cuerpo es morada pasajera
del espíritu nómada,
su consuelo,
su fiel compañía generosa,
su sombra en la llanura
sin rumores,
su imagen sorprendida,
su grito sin color
y su esperanza.

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