viernes, 27 de febrero de 2009

VINO PARA EL FESTÍN (Selección) Por Atilio Storey Richardson

Sobre la madre
Para América Richardson de Storey

La madre dijo:

“Sacude los árboles, bésales la raíz
y sé generoso como la soledad
para que encima de tus hombros
caiga la lluvia de las aldeas del sur”

La madre dijo:

“En el rincón más húmedo del corral
guardo tres álamos de plata
-dulce como el sonido de los ríos-
Ve a medianoche, apacigua los animales tristes
y pregunta a los pájaros
por el duende que fabricaba flautas con la arena
y corría por el mar
con una diadema de girasoles entre las manos”

La madre dijo:

“Calla hijo, calma tu sed
y usa del vino que derraman los caracoles en las playas
porque realmente los días son escasos
como para permitirnos el llanto
o el anuncio de los distintos apellidos del cielo
sobre papel-japón en el que a veces
vienen envueltas mariposas desde las tierras del otoño”

La madre dijo estas cosas
y entre sus ojos
los manantiales se repetían como siempre,
iniciando el aleteo de las cigarras
sobre los frutos de la aurora
Maracaibo, 1955
Los sonetos de Chenda

I

Visteis tan sólo ayer este latido
de agredido calor y pulso grave
olvidado caer lejos del suave
clímax de eternidad de su gemido.

Visteis tan sólo ayer el aterido
bosque de heroicidad de un muerto clave,
violín de soledad donde no cabe
sino el duro fulgor del malherido.

Visteis este morir tan muellemente
que decoró con sangre su corriente
la elevada pared de su ternura.

Chenda volvió de un pueblo donde el alma
crece con tulipanes en la calma
de un banderín abierto a la dulzura.

2

Si encontraran sus labios la glorieta
que palpa mi esperar desorbitado,
si sus ojos cantaran el pausado
Canto del Buen Amor, si su silueta

Rompiera así el retiro asceta,
Todo tendría el rumor azucarado
De una aurora naciendo en el arado
De una falso girasol. Y en la meseta

donde su frente doble mis campanas
despertarán ansiosas las mañanas
a su tacto de rosa. Chenda: leve

fruto de paz, idioma de miel mansa,
Chanda tenue, revive sin tardanza
el mural de una fe que el tiempo bebe.
Maracaibo, 1955
Muchachas de diciembre

1

Los murciélagos esculpían sus élitros urbanos
en la sorda herejía de la desfloración lunar.

Ella dormía sobre la hierba triste
que fluye hacia el arcoiris.

Hablaba de los crucifijos desaparecidos
bajo la sombra de los astros
y creía en el retorno de los espectros
que sufren la lentitud de la tierra.


2

¿Conocisteis su piel de mariposa
aquella tarde
cuando la calle
era una dentadura de mendigo furioso?

No traspongáis los flancos de esta muchacha jubilosa
o vería en vuestros rostros
el estúpido idioma de las ranas heridas.
Vedle los párpados
y no tendríais ese colmillo inútil
colgado de la noche.

Podrían saber por qué preside
con una plenitud de fuego ileso
mis rutas cotidianas.

Es la hora mojada
y sus costados turban mi soledad.

Maracaibo, 1955
Algo que ella preside

A Marlene Finol

Ella dormía entre la hierba triste que fluye hacia los arcoiris.
Algo de aldea sin plaza, sin palomas, manaba de sus labios.
Hablaba de los crucifijos desaparecidos bajo la lluvia de los astros
y entre su voz de lámpara silvestre siempre reconocíamos
la ingenuidad del agua bañando nuestra sombra.

De pronto, rodó junto a nosotros la cordial lozanía
de la muchacha sueca, la dulce de setiembre.

Y preguntáis ahora por qué la tarde cuelga de sus aleros
esa diafanidad de gansos parecidos al resplandor de la neblina?

Ahora se entiende todo.

No traspongáis los muros de esta criatura milagrosa:
la huella de sus hombros limpia con alegría la impureza bendita
de todos nuestros ríos.

Podrían saber por qué preside con una plenitud de silla ilesa
mis rutas cotidianas.
Lloverá simplemente en la zona del aire
donde nacen sus flautas deliciosas.

Podría llegar ahora nuestra liviana muerte:
por encima del alba, la paz de sus vitrales barre mi soledad.

Maracaibo, 1955

Canto del Paraíso

Y el ángel más hermoso
se detiene y le dice:
Mírame a los ojos, besa mi boca
y recógeme sobre los ríos
o sobre los largos caminos.
Llámame siempre junto al fuego
porque yo soy la sombra de tu amada.
Comunícale tu mensaje
a los sobrevivientes
y hazles saber de una comarca
antigua como el oro,
sólo habitada por luciérnagas,
por doncellas de azúcar
y por árboles iniciados a la luz de la luna
en los oscuros ritos de la Estrella Polar.
Que nunca mi sangre caiga en vano
para que tus hijos y mis hijos
sean como partículas de amor
sembradas sobre la tierra,
para que siempre juntos
nuestros besos sean un cáliz de ternura
para sobrevivir a la muerte”

Mérida, 1957

El paraíso de la amada

Vuelas todos los días,
resucitas
y cantas con voz trémula
que alumbra el paraíso.
Clara
como los ángeles,
como el día que siembra el porvenir…
Te busco, te doy caza.

Tú eres el ave
que sube para siempre.

Mérida, 1958.

Crónica de la amada

Para Adelaida de Viñas

Te he amado bajo la lluvia.
De tu cabello ruedan pájaros dulces,
hilillos de sangre más blanda
que tu propia ternura.
Nos hemos besado detrás de la lluvia.
Algo nuestro quedó sobre el césped
que ahora florece alegre
como si de repente
todas las madrugadas
se hubiesen convidado
para una cita aquí junto a tu boca.
La lluvia nos moja el rostro.
Y tú sonríes
y quisieras correr
como en esas leyendas orientales
que deposito sobre tu sombra
cuando anochece
y todo el canto del bosque se oculta
para que salgan las primeras estrellas
y resplandezca tu ternura
como una piedra ceremonial
iluminando las cabañas del río.

Mérida, 1958.


Retorno de la amada

Ayer cuando tu sombra cruzó hacia el horizonte
tocando con los dedos la voz de la memoria
se nos tomó de pronto campanadas el alba
y una aire de ceniza rodó sobre los muros.

Nadie sabe decirnos adónde huyó la risa
que por aquí corría entre los girasoles.

Allá cerca del alba todavía los pájaros.
Allá cerca del alba nada más que la hierba.
Lejanas ruinas cercan la pradera desierta.
Allá cerca del alba sólo escombros, encinas.

En la tarde sucumben sin piedad las colinas.
Sólo queda el follaje de frustradas quimeras.
Sólo queda en la tarde esta lenta madera
que tal vez pertenece a un antiguo navío.

Mérida, 1958.

Testimonio del viento

A Carlos Paredes,
Fraternalmente.


Como un gran pájaro para iniciar el canto
el viento deja hilvanar sobre los días
pequeños trozos de carbón encendido.
Como anunciando desde lejos
el retorno anhelado
las lluvias se columpian
y siete lámparas ilustres
se abren en semicírculo
sobre los cielos
indicando hacia el Este
una columna de gaviotas
que hacia el crepúsculo
se acercan al caminante
que aguarda sobre los muelles,
que visita las agencias de viaje
los prostíbulos y los parques
como buscando algo perdido.
Y algo le dice que no hay tristeza todavía
que sobre el vino danzan ángeles
más afables que el amanecer
y más eternos que su rostro.
Cavo lentas señales,
recojo estas monedas.
Ruedan crueles los días.
Toco y nadie responde.
No hubo el grito que siempre acompaña
la tristeza de las bestias errantes.

París, 1958

1 comentario:

  1. buena selecion lo recomiendo total mete este poemario es bueno para el deleite
    Excelente

    ResponderEliminar